Antes

Antes escribía más.

Sufría y sufría tan hermoso que lo que escribía quedaba perfecto. Tal vez erraba una coma, o un punto y coma -por aquel tiempo los 'punto y coma' me fascinaban, hoy ya no tanto, hoy la locura que tengo es por los paréntesis- pero errando o no las reglas de la puntuación escribía y mucho, escribía y muy lindo.
Yo sufría, escribía y me felicitaban.

Es más, en alguna ocasión escribí para alguien en particular y fue esa persona la primera en decirme "escribís muy bien". Yo me reía y lloraba y pensaba para mis adentros: 'no escribo, siento; y siento muy bien'.

Una vez dije que cuando estaba mal era más graciosa.

Se reírme de mi, reírme de mi desgracia. También puedo llorar conmigo a la vez que me pregunto cosas que no puedo contestarme. Cuando se llora, se llora por todo, no se diferencia; se pone todo 'en la misma bolsa' (siempre odié esa expresión).
A lo que quería llegar con todo esto es que antes escribía más y sufría y lloraba más y me reía menos. Ahora rio más y amo y no sufro pero a veces lloro. Soy felíz y soy aún más feliz por saberlo.
Dejé de escribir porque creo que cuando se escribe lo que se sufre y se llora sobre la hoja uno escribe más lindo. Que ironía. Uno escribe sobre su tristeza y el que lee sonrié y felicita.
Felicita porque sabe que describir la tristeza es lo que le da poder al texto, fuerza.

Describir eso que se siente tan fuerte es consistencia. Y consistencia es hermosura.

Habrá que encontrar palabras con las que se pueda describir la felicidad. Difícil. Lo positivo siempre es más difícil. O lo negativo es más fácil, da igual.
El drama así como la consistencia es hermoso. La felicidad también.

Hay que escribir sobre esto.