Mi foto
Me gusta mucho aplaudir, el olor a humedad, la lluvia y tambien el frio. Odio estornudar. No me gustan los fideos largos ni los fuegos artificiales. Odio las palomas. Hago muchos garabatos y aprieto mucho el lápiz cuando pinto. No sé andar en bicicleta pero estoy aprendiendo a silbar. Puedo sostener una cuchara con la nariz. Hago la N al revés. Me copan los paréntesis. Me gustan los buttertofies. No me gustan las rosas; sí los lirios. Tengo un gato imaginario: Ambrosio. Nací el dia del animal.

28.4.10

no tiene nada que ver con mi estado emocional en este momento, pero encontré algo que había escrito hace una bocha. (Mi computadora es como mi cuarto, lleno de papelitos con cosas importantes, pero acá son archivos en la carpeta de BACK-UP)

Se llamaba Centro Oro y estaba en la esquina de Güemes y Darregueyra.

Era un lugar real, donde había gente real, con problemas reales... Gente que buscaba respuestas o, simplemente, oídos predispuestos a escuchar cada historia.
Volvía de ingles; Había tomado un camino nuevo, como siempre, zigzagueando mi recorrido –una cuadra horizontal, una cuadra vertical-. Pasé por este lugar, este lugar que no me cambió la vida pero me ayudo a terminar de darle la vuelta a muchas tuercas flojas.
Pase, gire la cabeza y seguí de largo. Me volví sobre mis pasos, enfrenté la vidriera de éste lugar y frené, porque en mi retina había quedado la imagen que había visto dos segundos atrás: un cartel.
Un cartel en el que había, dibujada, una chica mirándose al espejo. Arriba decía: “¿Qué ves cuando te ves?”, abajo: “Complejos de alimentación... Podemos ayudarte”.
Se hacía de noche así que seguí mi camino a casa; por supuesto con miles de pensamientos e ideas sueltas, o seguidas por otras ideas, dando vueltas en mi cabeza. Mientras pensaba en seguir pensando, razonaba cómo cuatro palabras movían tantas cosas en mi mente.
"Podemos ayudarte”... ¿Pueden? ¿Quiénes? No es fácil contarle tus cosas a alguien que no sabe nada de vos, nadie dice que es fácil; es más yo digo que es difícil, hasta me es difícil contarle mis cosas a alguien de mi propio ‘círculo de confianza’. “Complejos de alimentación” ¿Por qué complejos? ¿Quién lo dice? Complejos suena muy feo, muy fuerte. Con razón alguien que vomita después de cada bocado, o alguien que hace un proceso súper desarrollado para transformar un mordisco en un plato entero, y hasta a veces repetido y con postre, no cuenta lo que le pasa... ¡Claro! Imagínense una situación: “Me pasa esto...” “Ah! Un complejo alimenticio”. Yo no lo haría, sinceramente no lo contaría para recibir una respuesta que me suena mal, que me suena fuerte, que, quizás, abarca más de lo que pienso que ‘tengo’. Y además que ya se... ‘complejo alimenticio’. Es demasiado general.

Millones de ideas conectadas a otras recorrían cada rincón de mi cabeza, cada paso era una hipótesis distinta, pero cada una de éstas llevaba a otra y así, las siete cuadras desde Inglés hasta casa se hacían eternas y repletas de palabras o de imágenes.
Llegué a casa con ganas de plasmar todo así sea en un dibujo, en una frase, en un texto... Pero no hice ningún descarte, todas mis ideas, mis pensamientos y suposiciones se quedaron en mi cabeza, de donde venían y en donde habían sido generadas y engendradas.
Esa noche no soñé nada. Pero me desperté más sabia, (o más confusa) de cómo me había acostado.
Mi cabeza generaba pensamientos como si estuviera planeando qué decir al día siguiente cuando fuera a este Centro Oro. Definitivamente no quería ir. Ya había pasado por la situación de contar mis cosas personales a un extraño, esperando una respuesta que no iba a decirme, sino que formulaba otra pregunta haciendo generar más pensamientos a mi mente, como si ésta no estuviera rebalsando de ideas... Como si yo necesitase una ayuda particular para generar opiniones... ¡Acerca de mí misma! No, estaba decidido que no iba a ir. Aunque si decía esto, era porque cabía una mínima posibilidad (una mínima posibilidad) de que quisiera probar, de que quisiera ver de qué se trataba todo esto, para matar la intriga tal vez. O simplemente porque era una respuesta para una pregunta, y la pregunta era “¿Quiero ir?”. Un noventa por ciento de mí respondía que no... El otro diez no respondía nada.

Soy una persona perseverante, y sobre todo soy alguien a quien no le gusta arrepentirse de no haber hecho algo. Corrección: “soy alguien a quien no le gusta quedarse con ganas de saber cómo es algo”. Entonces entre en una indecisión profunda.

Pero, un momento, yo no tenia ningún “complejo alimenticio”... ¿O si? A mi no me gustaba la palabra complejo, pero tampoco encontraba (ni tampoco me preocupé por buscar) un sinónimo adecuado.
Es horrible la sensación de contar lo que crees que te pasa, es una mezcla entre descargarte de algo –de un peso gigantesco- con una duda enorme dentro tuyo preguntándote qué significa eso que te pasa eso que vomitas, eso que no comes, eso que necesitas hacer para irte un rato de la realidad, de tu realidad.
En mi caso (que feo que suena) lo que pasó es muy diferente, aunque cada experiencia es distinta, así como también cada persona, yo me miraba al espejo (ese enemigo de muchas mujeres) y veía lo mismo que otras personas veían cuando me miraban. Mi “complejo” no era por mi aspecto físico, mi bulimia era psicológica, o por lo menos eso me hizo entender un psicólogo, porque era una manera de descargarme de todo lo malo que tenía a mi al rededor, o que sentía que me rodeaba.
Los recuerdos de esas épocas son mas feos que cualquier otra memoria guardada dentro mio.
Nunca nadie me dijo si estaba bien o mal vomitar. Nunca me pregunte cómo lo consideraba yo. Bien, mal, ¿qué diferencia había? Yo vomitaba, fin de la discusión. De mi discusión. Siempre que me puse a pensar en esto que sucedía conmigo y alguien que sabia -por ejemplo mi amigas más cercanas- preguntaban “pero... ¿ya se te pasó, no?” me daba risa, como si fuera un trastorno mental. El adicto es adicto a por vida; yo me pregunto si con los “complejos alimenticios” pasa lo mismo. Sí, se puede controlar, hoy en día el hombre puede controlar la mayoría de las cosas que él mismo causó. Mi comparación era siempre la misma: si uno se corta el pelo y no le gusta cómo le queda pero los demás le dicen que le queda espectacular, a uno no le va a empezar a gustar; vamos a decir que los demás dicen que nos queda bien, pero que a nosotros no nos gusta. Creo que con nuestros complejos pasa lo mismo, solo que hay gente que no opina sobre esto con tanta fluidez como una persona que forma parte del grupo ‘acomplejado’.
Entonces decidí ir, a decir que acá estaba Luciana Ceballos, quien iba a opinar sobre su historia, para ser escuchada por oídos predispuestos, quien iba a dar su opinión para recibir asentimientos con la cabeza, para intercambiar abrazos y escuchar “gracias por compartir tu historia con nosotros” entonces yo contestaría “una parte de mi historia, tan solo una parte”.

Al día siguiente fui, y enfrente a todos con una actitud superadora de mi misma demostrando y contando con fluidez y sin vergüenza alguna lo que me había vencido pero también me había dejado enfrentarme a mi misma, enfrentar al espejo que veía mas allá de los límites de mi cuerpo, sino que veía los límites de mi mente.
La pregunta que siguió luego de la respuesta en donde yo decía mi nombre fue “¿qué ves cuando te ves?” “A mí”, contesté, “una chica de 15 años a quien no le gustan los fideos largos, a quien le dan miedo los rechazos, el amor y los fuegos artificiales. A quien le gusta el olor a humedad y quien es fanática de los aplausos. Me veo y veo una persona normal, una chica recorriendo el camino de mujer, alguien que tuvo y tiene altibajos, como cualquier persona normal; normal y real.”

Hubo más preguntas, hubo muchas palabras describiendo una parte de mi historia, describiendo parte de mi opinión acerca de un tema tabú para algunas personas. No para mi, no para cualquier persona que halla pasado por esto.

Se llamaba Centro Oro, y era un lugar real, donde había gente real, con problemas reales... Gente que buscaba respuestas o, simplemente, oídos predispuestos a escuchar cada historia.

No me cambió la vida, pero me hizo contestarme una pregunta, cuatro palabras que abrieron mi cabeza hasta mucho más allá de mis límites: “¿Qué ves cuando te ves?”.
La pregunta estaba pensada para conectarse con cada historia de cada persona que decida contestarla. Corrección: para conectarse con cada parte de cada historia de cada persona que decida contestarla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Hola, sos una de las pocas personas que conocen mi blog, por alguna razón nunca lo promocioné.
Si ya estamos bailando, dejame un comentario para hacerme saber que existis y que formas parte de este espacio virtual-emocional que es para mi zapatos-baratos.
Y que seas feliz!